Todo el agua se llevaba desde el Nilo hasta la urbe en cientos de camellos que iban de un lado para otro cargos de hinchados pellejos de cabra, sin contar a los aguadores que la distribuían por las calles en pequeños recipientes que costaban un penique de cobre. Los musulmanes ricos también dispusieron unos navíos cargados de agua para beneficio de los musulmanes, judíos y cristianos pobres que quisieran beber y lavarse con ella.