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Una mujer de El Cairo con un sirviente africano en una edición manuscrita del viaje de Arnold von Harff (1496-1499) del siglo XV.

Un camello de una caravana. En su periplo por Roma, Jerusalén y Santiago de Compostela, este peregrino alemán dejó una de las mejores descripciones del Egipto de la época, pasando varios días en su capital, que describe como una ciudad grande con más habitantes que los obispados de Colonia y Tréveris juntos, pero sin muralla, con calles de tierra sin pavimentar que debían regarse con agua tres veces al día a causa del calor y el polvo.

Todo el agua se llevaba desde el Nilo hasta la urbe en cientos de camellos que iban de un lado para otro cargos de hinchados pellejos de cabra, sin contar a los aguadores que la distribuían por las calles en pequeños recipientes que costaban un penique de cobre. Los musulmanes ricos también dispusieron unos navíos cargados de agua para beneficio de los musulmanes, judíos y cristianos pobres que quisieran beber y lavarse con ella.

Archivos de la Historia

Un mameluco. La gente se movía por las calles en asnos, camellos y caballos que podían alquilarse. Y aunque esto no estaba permitido a cristianos y judíos, conoció a dos "mamelucos alemanes" que sí lo hacían, al ir vestidos a la manera local. Uno era natural de Basilea y el otro de Dinamarca, tenían casas en la ciudad y bebían vino a escondidas igual que hacían los cristianos siriacos. Los musulmanes no bebían alcohol, pero los más ricos consumían "agua aromatizada con azúcar y especias caras".

En su visita al palacio del sultán para obtener pasaporte, Arnold comprobó la riqueza de la sala de audiencias, los espléndidos sementales de las caballerizas y los acueductos con caños de plomo que llevaban agua a sus estancias (construidos por Saladino y en uso hasta 1872).

Al llegar al palacio también le sorprendió imagen de unos 1000 "mamelucos o moros negros" cargando sacos y cajas. Contenían los sueldos (seis ducados por mes) y las raciones (una libra de carne cruda, un cuarto de cebada y pan) que correspondían a cada jinete mameluco.

Dice que las casas eran feas y toscas por fuera, pero finas y bonitas por dentro, con pavimentos de mármoles de colores que representaban historias y motivos vegetales, además de elegantes alfombras y telas de seda. Había barrios propios para judíos, cristianos siriacos, jacobitas y griegos (con sus propios patriarcas). En esta imagen aparecen varios peregrinos griegos.